En 1765 James Watt perfeccionó la máquina de vapor
construida por Thomas Newcomen para sacar el agua de las minas y consiguió que
en 1785 el reverendo Edmund Cartwright la aplicara en 1785 a un telar. Esto
inició la Revolución Industrial que
modificó profundamente los medios de producción y transporte, el primero por la
aparición de la llamada maquinaria industrial capaz de producir en muy superior
cantidad que cualquier artesano y en el caso del segundo por la aparición del
tren y de la navegación a vapor que facilitan el acceso a mercados más extensos.
No obstante, también generó la desaparición del sistema de
producción basado en los gremios y un sistema social que subsiste hasta
nuestros días basado en relación entre la empresa y el trabajador.
La gradual concentración de los factores de la producción en
un solo lugar conduce inevitablemente a una subdivisión y a una especialización
de las funciones entre los individuos que trabajan en la fábrica, por lo que no
es posible que todos realicen operaciones idénticas ni que un mismo operario
siga el proceso completo de producción desde el principio al fin. La división
del trabajo se produce en sentido horizontal donde una tarea se divide entre
diversos individuos cada uno de los cuales realiza una parte, y en sentido
vertical donde el jefe de sección responde ante el jefe de departamento y éste
ante el director de fábrica.
En consecuencia, para el trabajador el objetivo de la
organización, que desconoce y que tampoco comprendería, ya no tiene ningún
significado. Lo que le importa es la relación entre él y la empresa: las
condiciones de trabajo y el salario que va a percibir. Esta disociación de
objetivos y la falta de visión unitaria del trabajo impiden al trabajador sentirse
parte de la empresa.
El interés de la empresa es conseguir de sus trabajadores
una mayor productividad con los menores salarios posibles. No deja de ser una
consecuencia de la ley de la oferta y la demanda, pero tuvo como consecuencia
una explosión revolucionaria atribuida por Karl Marx a la apropiación de la
plusvalía por parte del capital.
La remuneración del empresario se considera que procede por
dos vías: una justa retribución al capital aportado acorde con los costes de
oportunidad y por otro lado la retribución al riesgo asumido. Podríamos añadir
la compensación al descubrimiento de un nicho en el mercado. Y el conflicto con
el trabajador se produce a consecuencia del reparto de los beneficios
empresariales ya que las dos partes pretenden quedarse con mayor trozo de la
tarta.
De otra parte, la remuneración del trabajador busca
procurarle los medios de subsistencia necesarios, entendidos éstos los
necesarios para mantenerle en su estado normal de vida (alimentación, vestido,
salud, casa, muebles, electricidad, calefacción, etcétera) más la compensación
por su formación para adquirir aptitud, precisión y rapidez en una determinada
clase de trabajo más los destinados a la
educación de sus hijos que serán sus sustitutos como trabajadores.
La evolución de los mercados hace que las empresas de
algunos sectores, como el de la construcción naval, desaparezcan por la
competencia exterior que aprovecha las economías de escala. En otros casos,
como los sectores agroalimentario, o artículos de consumo, la dependencia de
los distribuidores que comercializan su propia marca imponiendo a las empresas
productoras el precio y la calidad de sus productos, les obliga a una
subsistencia precaria.
Lo que ocurre es que a partir de la década de 1970 han
cambiado las condiciones de empresa. Se produce el Toyotismo, también conocido
como efecto Carrefour mediante el cual las empresas empiezan a trabajar con el
Fondo de Maniobra negativo. Quiere esto decir que el capital de la empresa lo
aportan los proveedores y los créditos bancarios con una disminución notable de
los fondos propios.
Es decir, los proveedores están financiando otras
actividades de la empresa. El interés de las empresas se centra ahora en evitar
el almacenamiento de mercancías, al objeto de cobrar el importe de su venta
antes de tener que pagar a sus proveedores y a sus empleados que le proveen de
la fuerza del trabajo y, de este modo, poder utilizar estos fondos en otras
utilidades.
El problema de fondo radica en la distribución de los
beneficios generados por la empresa que ya no se pueden justificar como una
retribución del capital invertido, máxime si tenemos en cuenta los distintos
volúmenes de retribución que existen entre los miembros de los Consejos de
Administración, los accionistas de la empresa y los trabajadores.
Mientras los beneficios empresariales han seguido creciendo
año tras año, los salarios individuales se han congelado en la práctica,
llegando a los llamados contratos de formación donde los salarios no cubren
siquiera las necesidades fisiológicas, lo que demuestra la apropiación del
incremento de los beneficios por parte de las empresas y en particular del
Consejo de Administración de las mismas. Obviamente no estamos hablando de los
Autónomos o las PYMES, donde el propietario es, a su vez, el principal gestor
de la empresa.
Esta falta de acuerdo, e incluso de debate, sobre el tema,
facilita a los Sindicatos la convocatoria de huelgas que perjudican gravemente
los resultados de las empresas ya que el trabajador no participa en los beneficios
de las mismas y, por lo tanto, le son ajenos los intereses empresariales.
Incluso se observa un desajuste entre los trabajadores y la sociedad en general
ya que, en ocasiones, estas huelgas producen pérdidas a la misma con la
destrucción de los bienes comunes y el perjuicio ocasionado a otros
trabajadores con los cortes de carreteras, rotura de elementos urbanos,
agresiones a quienes no desean participar en la huelga, etcétera. Se sigue tratando de mantener viva un ideal
de lucha de clases totalmente anacrónico.
Debemos aceptar como sociedad que las circunstancias han
cambiado profundamente y que no se pueden seguir manteniendo los principios que
alimentan hoy las relaciones entre la empresa y sus trabajadores y, en
consecuencia, se debe llegar a algún tipo de acuerdo en cada empresa mediante
el cual se estipule el porcentaje de los beneficios marginales que corresponde
a los principales actores de la misma:
1.
El accionista, dueño del capital,
2.
El Consejo de Administración, el empresario que
decide los asuntos de la empresa,
3.
Los trabajadores, sin cuya leal colaboración no
sería posible una producción de calidad.
La razón para aplicar el beneficio marginal por unidad
producida es evitar la incidencia de los gastos generales no relacionados
porcentualmente con la producción, como la amortización de las instalaciones o
los gastos de administración y en el cálculo debería incluirse el incremento en
la producción con independencia de su origen: mejora en la organización del
trabajo, mejora en la maquinaria, incremento de los precios o incremento de la
jornada efectiva por trabajador. El cálculo del incremento del beneficio basado
en la mayor productividad es muy simple:
Beneficios antes de impuestos ejercicio actual menos
Beneficios antes de impuestos del ejercicio anterior.
Como de ese beneficio ya están descontados los gastos
generales fijos, el resultado es el beneficio marginal generado por una mayor
producción o una mayor calidad de la misma que justifica el incremento de los
precios.
Veremos si es posible.
Publicado en el diario El Confidencial el 23/06/2012 ( http://www.elconfidencial.com/opinion/blog-del-forero/2012/06/23/por-un-cambio-en-las-relaciones-laborales-9403/ )
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